En el texto que ahora os propongo - un fragmento de la novela "Los enamoramientos" de Javier Marías - se nos plantea la situación de los que han sucumbido a los encantos del amor (o la amistad o cualquier otra pasión intensa). Así llegamos a aceptar las ideas de otros, no porque nos "demuestren" su valor o interés, sino porque con esas personas nos unen sentimientos amorosos. Cuando estamos enamorados "las ideas" del amado se nos pueden llegar a imponer como "evidencias". El principio de autoridad amoroso convierte todo lo que dice la persona que queremos en verdad.
Esta situación, no sé si inevitable, parece que dice bien poco de nuestra inteligencia y de nuestra posibilidad de ser racionales y críticos. Sin embargo, puede tener una cosa positiva: puede abrir nuestra mente a la perspectiva y verdad del otro.
Parece que el amor (en un sentido amplio: amor a los padres y a la pareja, la amistad...) se impone. Decía el filósofo inglés David Hume, que la razón siempre está al servicio de nuestras pasiones. Un buen tema para que nos animemos a hacer un pequeño ensayo o redacción. ¿Son incompatibles el amor, la pasión amorosa o enamoramiento, con la exigencia de ser críticos y racionales en nuestras decisiones? ¿Dependen los argumentos que usamos en la vida diaria de las emociones más que de la razones? Por otra parte, si queremos crear un mundo más racional y menos cruel, ¿debemos contar siempre con las emociones que, sabemos, siempre tienen un punto de irracionalidad? O, por el contrario, la racionalidad (o la hiper- racionalidad) ¿ debe ser atemperada por las intuiciones emocionales, el amor, la piedad para que no nos lleve a un mundo deshumanizado por excesivamente racional?.
He aquí el texto:
" Cuando alguien está enamorado, o más precisamente cuando lo está una mujer, y además es al principio y el enamoramiento todavía posee el atractivo de la revelación, por lo general somos capaces de interesarnos por cualquier asunto que interese o del que nos hable el que amamos. No solamente fingirlo para agradarle o para conquistarlo o para asentar nuestra frágil plaza, que también, sino de prestar verdadera atención y dejarnos contagiar de veras por lo que quiera que él sienta y transmita, entusiasmo, aversión, simpatía, temor, preocupación ya hasta obsesión (....) De pronto nos apasionan cosas a las que que jamás habíamos dedicado un pensamiento, cogemos insospechadas manías, nos fijamos en detalles que nos habían pasado inadvertidos(....) como si decidiéramos vivir en una pantalla o en un escenario o en el interior de una novela, en un mundo ajeno de ficción que nos absorbe y entretiene más que el nuestro real, el cual dejamos temporalmente en suspenso o en un segundo lugar, y de paso descansamos de él (nada tan tentador como entregarse a otro, aunque sólo sea con la imaginación, y hacer nuestros sus problemas y sumergirnos en su existencia, que al no ser la nuestra ya es más leve por eso). Tal vez sea excesivo expresarlo así, pero nos ponemos inicialmente al servicio de quien nos ha dado por querer, o por lo menos a su disposición, y la mayoría lo hacemos sin malicia, esto es, ignorando que llegará un día, si nos afianzamos y nos sentimos firmes, en que él nos mirará desilusionado y perplejo al comprobar que en realidad nos trae sin cuidado lo que antaño nos suscitaba emoción, que nos aburre lo que nos cuenta sin que él haya variado de temas ni éstos hayan perdido interés. Será sólo que hemos dejado de esforzarnos en nuestro entusiasta querer inaugural, no que fingiéramos y fuéramos falsos desde el primer momento" ( Javier Marías: Los enamoramientos, página 177-178)