miércoles, 19 de marzo de 2014

El ser humano: existencia y esencia. O de rebeldía metafísica




 En este tema hemos hablado de algunos conceptos típicos de la metafísica. Entre ellos destacamos los  de existencia y  esencia.  Abreviando, digamos que la esencia es el conjunto de propiedades que definen a una realidad y, en este sentido, la determinan. Así, un abrecartas es un objeto que solo es tal (un abrecartas)  si "cumple" su esencia, es decir, tener la capacidad para abrir cartas. Si no abre cartas no es un abrecartas.   La existencia, por su parte,  alude al ser, el acto de estar en el mundo y  ser una cosa . Las cosas que existen tienen poder para provocar efectos.

El siguiente texto es un  fragmento de la obra de Jean Paul Sartre "El existencialismo es un humanismo" y en él juega con las ideas de "esencia" (el concepto) y "existencia". Trata de describir al ser humano.  Para el existencialismo,  el ser humano no tiene esencia, no tiene un concepto previo que lo defina sino que es un "estar" en el mundo capacitado para hacer con su vida muchas cosas y, así, crearse una forma de ser, una esencia. El ser humano se define en la acción y la acción la elige. Por eso para Sartre la libertad es una propiedad central del hombre y, por eso, poseemos una responsabilidad absoluta. ¿Niega Sartre que tengamos una naturaleza material-corporal definida por genes? No, simplemente cree que eso no es lo importante ni niega el hecho de la libertad: estamos aquí, en el mundo, y no nos queda más remedio que ejercer la libertad.

 "Estamos condenados a ser libres"

 ¿Difícil? No te creas. Un reto es la lectura...Vamos a por ello.  He aquí el texto:
"Consideremos un objeto fabricado, por ejemplo un libro o un abrecartas. Este objeto ha sido fabricado por un artesano que se ha inspirado en un concepto; se ha referido al concepto de abrecartas  e igualmente a una técnica de producción previa que forma parte del concepto, y que en el fondo es una receta. Así, el abrecartas es a la vez un objeto que se produce de cierta manera y que, por otra parte, tiene una utilidad definida, y no se puede suponer un hombre que produjera un abrecartas sin saber para qué va a servir ese objeto. Diríamos entonces que en  el caso del abrecartas, la esencia es decir, el conjunto de recetas y de  cualidades que permiten producirlo y definirlo precede a la existencia (….)
    Al concebir un Dios creador, este Dios se asimila (se define) la mayoría de las veces a un artesano superior; y cualquiera que sea la doctrina que consideremos(sobre dios) admitimos siempre que  ... Dios, cuando crea, sabe con precisión lo que crea. Así el concepto de hombre, en el espíritu de Dios, es asimilable al concepto de abrecartas  en el espíritu del industrial (…) Así, el hombre individual realiza cierto concepto que está en el entendimiento divino.
 (….)
 El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto…. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se  encuentra, surge en el mundo, y que después se define.
  El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único (ser o cosa) que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia….
 Así, el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es, y asentar sobre él la responsabilidad total de su existencia.

 Como siempre, puedes comentar el texto para explicarlo sin más o, si quieres, puede redactar una disertación sobre alguna idea de las que propone el autor.

 Algunas cuestiones:
  • ¿Crees que el ser humano no tiene una esencia? ¿Qué significaría ser "solo existencia"?
  •  Pero, ¿no tenemos una naturaleza biológica, una esencia natural? ¿Y no tenemos una "educación" que nos ha sido dada por nuestra sociedad?  Si tenemos una naturaleza y una educación social, ¿podemos decir luego que "éticamente" podemos elegir nuestra forma de vida? ¿No estaremos determinados y, por eso, la  libertad realmente no existe?.
  •  ¿No es relativamente sencillo decir que "hacemos lo que hacemos" porque estamos marcados por lo genes o por nuestros padres o por la sociedad? ¿Es fácil quitarse la responsabilidad de vivir?
  •  Y Dios, al que cita Sartre, ¿qué tiene que ver con todo este tema de la esencia y la libertad y la responsabilidad?


 Y, en fin, si el texto y las grandes palabras te resultan difíciles, te propongo que comentes la siguiente canción. Una canción que dice que "Yo soy rebelde /porque el mundo me ha hecho así". ¿Se puede ser rebelde por culpa del mundo? ¿No es la rebelión asunto de la libertad? ¿Somos lo que somos porque nos han querido o, por el contrario, no lo han hecho? ¿No nos convierte esto en marionetas? ¿No perdemos dignidad y valía si no asumimos la libertad?



O si prefieres la versión Candy Candy



 En cualquier caso, he aquí la letra.

Yo soy rebelde 
porque el mundo me ha hecho así 
porque nadie me ha tratado con amor 
porque nadie me ha querido nunca oir 
yo soy rebelde 
porque siempre sin razón 
me negaron todo aquello que pedí 
y me dieron solamente incomprensión 
Y quisiera ser como el niño aquel 
como el hombre aquel que es feliz 
y quisiera dar lo que hay en mi 
todo a cambio de una amistad 
y soñar, y vivir 
y olvidar el rencor 
y cantar, y reír 
y sentir solo amor



domingo, 16 de febrero de 2014

LA PERCEPCIÓN

Tema 4: Conocimiento y Realidad


Como complemento a lo visto en clase sobre el tema del conocimiento, traigo dos vídeos en los que nos cuentan algunos "secretos" de nuestra percepción del mundo. Estos vídeos desarrollan el tema del conocimiento llevándonos hasta la psicología.

    La reflexión de las ciencias (como la psicología) y la de la filosofía no son exactamente iguales,  cada "mirada" sobre el tema del conocimiento busca cosas distintas y, así, ven mundos distintos. Sin embargo, la filosofía no puede pensar sin echar un vistazo a lo que dicen los otros saberes y, en especial, la ciencia. Me interesa que comprendamos que la experiencia es el resultado de un proceso, que percibir el mundo es "interpretarlo" con nuestras estructuras mentales y que este hecho plantea problemas filosóficos.







domingo, 26 de enero de 2014

Tema 3




 Este vídeo dio la vuelta al mundo. La ministra italiana de trabajo no pudo contener las lágrimas cuando relataba el conjunto de medidas que debia tomar - en lo relativo a pensiones - para superar la crisis. No se trata de cuestionar ahora si la ministra  fingía o no, o si es correcto llorar en público. La cuestión que quiero que tratemos es "lógica".


a)  El argumento:
Si el gasto se dispara, se incrementa el desempleo.
El paro ha aumentado

 Luego el gasto está muy elevado.
Este argumento no es válido. No nos metemos en política económica. La lógica nos dice que ese argumento (Si x entonce y. Se da y, luego x es verdad) no es una deducción válida, es una "falacia". Ahora bien, si enunciamos el argumento llorando, ¿damos más validez al argumento? No. La cuestión, por tanto, es que en nuestra valoración lógica de las ideas de los demás no tenemos que tener en cuenta nada salvo las reglas lógicas. El hecho de que un argumento lo diga una mujer que llora o la víctima de un horrible crimen no "mejora" su lógica. Por eso, en la valoración lógica , debemos separar la "pena" o la "simpatía" que nos produce el emisor de la fuerza lógica de sus pruebas. En un tribunal de justicia, por ejemplo,  la lógica nos dice que debemos basarnos en pruebas y si el acusado tiene un pasado de maldad o la víctima es una buena persona, no afecta a la "carga de la prueba". Si el acusado y la víctima(presunta) lloran no debemos juzgarlos por quién llora mejor. Eso es lo que se hace en los programas de cotilleos pero no puede hacerse en la justicia.

 La lógica es fría, sí, pero su poder estriba en la objetividad de su juicio.

b) ¿O no es esto correcto? ¿Y si las reglas lógicas no son "definitivas? ¿Podríamos negar una conclusión lógica que se basa en premisas verdaderas y leyes válidas porque la "emoción" nos dicta lo contrario? En verdad, ¿no hacemos esto nunca? Por otro lado, un mundo de lógicos, ¿sería un mundo mejor?

c) ¿Puedes imaginar otros elementos - circunstancias, modos de presentación etc.  - en las que se pretenda "justificar" algo sin apoyarnos en la lógica?

d) ¿Podrías evaluar, ejemplificar o desarrollar las consecuencias del empleo de las falacias - que, no olvidemos, no superan la crítica racional - no son lógicas - y, sin embargo, son aceptadas en muchas ocasiones?

 Lanzo el guante.

martes, 7 de enero de 2014

La filosofía y las humanidades




Una propuesta de comentario o disertación en el inicio del año. Puedes centrarte en todo el artículo o en la parte final, la subrayada. El texto es del filósofo español José Luis Pardo y se titula  Para qué sirve esta empresa (enlace). El texto debate sobre la utilidad de la filosofía en esta época en la que, por la situación de crisis económica, son muchos los que apuestan por la utilidad más directa de las asignaturas que se cursan en la escuela o el apoyo a ciertos estudios universitarios por su utilidad. Así, ¿para qué sirve el pensamiento, la filosofía, la literatura, el arte? ¿Tiene sentido esa pregunta? En realidad, esta cuestión la plantean algunos alumnos en las aulas todos los días: ¿para qué me sirve estudiar filosofía si quiero ser otra cosa bien distinta?
Te dejo el artículo:

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Aunque probablemente quien se dedica a la filosofía es, junto con el poeta, el que más a menudo lleva sobre sí esta cruz, todos los sufridos integrantes del ramo de lo que burocráticamente denominamos “artes y humanidades” tienen que soportar de cuando en cuando la pregunta de para qué sirve lo suyo, una pregunta casi siempre implícita cuando se habla del asunto, y que a menudo reviste la forma de una reclamación. Una reclamación que se hace aún más urgente e imperiosa cuando se atraviesan, como es nuestro caso, tiempos de penuria en los cuales muchos ciudadanos han tenido que renunciar a muchas cosas como consecuencia de un periodo prolongado de irresponsabilidad y despilfarro: no pocas miradas se vuelven entonces hacia los profesionales de la literatura, el cine, la filología, la música o las bellas artes, sospechando que también ellos, por el carácter casi reconocidamente parasitario de sus actividades, puedan haber sido culpables de ese derroche generalizado que se encuentra en el origen de nuestras actuales apreturas. Y puede incluso que estas miradas estén puntualmente en lo cierto en lo que concierne a la “burbuja cultural” que creció junto a la inmobiliaria y que se alimentó de la misma incuria política que ella (aunque desde luego la cuota de responsabilidad de los novelistas o de los comisarios de exposiciones es insignificante comparada con la de los bancos o los partidos políticos, y su presupuesto incomparablemente menor que el de quienes construyen puentes, caminos, canales, puertos, ordenadores y misiles), pero lo malo es que contribuyen a crear un clima de antipatía hacia estas profesiones, clima que a veces algunos ideologizados dirigentes populistas aprovechan para intentar borrar toda huella de estos conocimientos en el sistema educativo y para que el Estado eluda cualquier responsabilidad de protegerlos, abandonándolos, como se hace en nuestros días con casi todo, a la “iniciativa privada”, una angelical criatura que, sin embargo, ha desaparecido de nuestro país al estallar la crisis financiera, y solo ha dejado una delegación espiritual en las calenturientas lenguas de los ideólogos recién mencionados.


Como consecuencia de todo lo anterior, puede y suele suceder que aquellos de nosotros que trabajamos en esos sectores amenazados, al vernos enfrentados a esas acusaciones o antipatías, nos olvidemos efectivamente de para qué sirve lo nuestro y seamos incapaces de responder a quienes nos increpan. Y si ya es malo quedarse mudo ante la sospecha de gorronería, peor es aún —por más grotesco— escuchar a los afectados intentar defender sus subvenciones o sus partidas presupuestarias argumentando acerca de la gran utilidadde la filosofía, la historia del arte, el análisis sintáctico o las performances para la actual coyuntura social en la que vivimos. Lo más que puede conseguirse por este camino —el de alegar “rentabilidad social” allí donde la económica es inviable— es convertir las artes y las humanidades en una rama un poco extravagante de los servicios sociales, algo que es erróneo a) desde el punto de vista de la estrategia (ya sabemos por experiencia que es en los servicios sociales en donde justamente se recorta y se privatiza), b) desde el de los resultados (no es una visita guiada al museo de su provincia lo que más le ayuda a un parado de larga duración con familia a su cargo) y c), sobre todo, desde la cosa misma de la que se trata, que queda totalmente desnaturalizada y escarnecida cuanto más se quieren subrayar sus ventajas, como en ese currículo de la asignatura de Filosofía en la actual LOMCE, en el que puede leerse (según el proyecto de decreto del ministerio) que se trata con ella de “conocer el modo de preguntar radical y mayéutico de la metafísica para diseñar una idea empresarial y/o un plan de empresa utilizando habilidades metafísicas y gnoseológicas para conocer y comprender la empresa como un todo, facilitando los procesos de cuestionamiento y definición clara de las preguntas radicales y las respuestas a las mismas, como ¿qué somos?, ¿qué hacemos?, ¿por qué?, ¿para qué sirve esta empresa?, ¿cuál es nuestra misión?, ¿cuál es su sentido, su razón de ser?”, algo que resulta imposible haber escrito de no haber perdido por completo y en un solo acto el sentido común y el sentido del ridículo.

No, queridos colegas —y lamento quitar el pan de la boca a unos cuantos subempleados del porvenir al destapar este escándalo—, lo nuestro no es socialmente útil, rentable o aprovechable, no contribuye como un bálsamo al funcionamiento de la sociedad con menos fricciones, no produce adaptación o conformismo sino todo lo contrario: fomenta el conflicto y el desacuerdo, alimenta la disconformidad y la inadaptación y, encima, no da dinero. ¿Cómo explicar, entonces, a quienes de buena fe se preguntan por ello, por qué sigue siendo necesario? Cuando Walter Benjamin estudió a Baudelaire —el hombre que inventó el oficio al que nos dedicamos quienes nos dedicamos a estas cosas: el de escritor (poeta, ensayista, crítico) moderno—, situó su perfil en el contexto del fenómeno que mejor define la vida contemporánea, el de un empobrecimiento de la experiencia, una nueva forma de pobreza que los antiguos no conocieron y que interrumpe la continuidad entre las generaciones del mismo modo que el filo de las agujas del reloj mecánico corta el tiempo en esos instantes inconexos y desleídos que trituran las biografías de los trabajadores industriales, más pobres cuanta más riqueza producen. Este es un régimen de vida que produce mucha más basura que ningún otro conocido, que se llena por todas partes de desechos, ruinas, desperdicios (esos mismos instantes dispersos que nacen ya obsoletos, que caducan en el mismo momento en el que nace el instante siguiente), harapos de humanidad ocultos en las montañas de porquería de los vertederos. El escritor o el pintor de la vida moderna es, en el retrato que Benjamin hace de Baudelaire, el que convierte en una profesión el rebuscar entre la basura hasta encontrar esos residuos de sensibilidad —y de entendimiento— que la sociedad ha ido desechando precisamente para funcionar mejor, para profundizar en el modo empobrecido de vivir en medio de la opulencia tecnológica. Al ponerlos a disposición de sus semejantes, el escritor no está contribuyendo al mejor funcionamiento social sino, al contrario, devolviendo a la vida esos pedruscos que obstaculizan el movimiento de la máquina. Pero esos hallazgos constituyen la única forma de riqueza (inaprovechable política, social o económicamente) que, como un anacrónico cuerno de la abundancia, puede compensar el empobrecimiento de la vida moderna y señalar un límite irrebasable a la lógica de la eficacia y la rentabilidad. Y es dudoso que podamos existir dignamente allí donde ese límite ha sido sobrepasado.